viernes, 25 de mayo de 2012

Felicidades Paté: nos caíste mal a todos




No hacía falta conocerlo en persona, pues de larguito ya Wálter Centeno caía mal.

Soy periodista pero no de deportes y por eso mi camino nunca se cruzó con el del volante. Yo lo vi por tele, él nunca me vio a mí.

Y aún así, a pesar de que nuestra relación no podía ser más impersonal, Centeno me caía mal... bien mal.

No sé cuándo empecé a agarrarle tirria a Paté, y no recuerdo ningún incidente futbolístico como catalizador de la mala vibra de mi parte. De hecho, de él no guardo memorias de peladas históricas en la cancha, de pifias de terror que lo marcaran de por vida.

Solo sé que, de repente, Paté me empezó a parecer un juega de vivo. Así, a pesar de echarse a Saprissa y la Sele al hombro casi siempre, a pesar de anotar golazos de partido de por medio, y a pesar de no ser un bombeta/borracho como sí son muchos de sus colegas, Centeno se me volvió infumable.

Si lo pienso con calma, la culpa la tuvo el pelo... ¡su pelo! La mañita de pasarse acomodando las mechas en media mejenga me crispaba los nervios. Y de ahí en adelante, muchos otros aspectos extrafutbolísticos de Centeno me empezaron a molestar.

El Paté es altanero, él mismo lo admite. Y, al igual que Hernán Medford y Paulo Wanchope en su tiempo, siempre vio a la prensa como un mal necesario. Paté no chinameó, no montó vaquillas, no grabó canciones panderetas, no lo agarraron nunca oliendo a pico de carraco, no daba entrevistas, no determinaba a los periodistas... Las relaciones públicas nunca fueron su fuerte, ni parecieron importarle.

Seguro riéndose de sus compañeros que se mueren de frío en el "competitivo" futbol nórdico, Paté no ocupó hacerse legionario para convertirse en uno de los deportistas mejor pagados del país. Los ceros de su salario siempre fueron objeto de especulación y cuando se construyó un palacete solo alimentó más las intrigas... especialmente del refinado sector con estudios universitarios que no asimila que un futbolista viva mejor.

En un extraño caso de solidaridad, la mala leche hacia el jugador fue compartida entre público y prensa. Mis colegas de Deportes se enfermaban ante la sola mención de Centeno, pues a pesar de que el creativo los trataba a la patada, a ellos no les quedaba otra que buscarlo, dado que en la cancha siempre fue protagonista. El divorcio definitivo se dio un par de meses atrás, cuando la prensa le hizo un berrinche y no le dirigió la palabra en una conferencia de prensa. Esa vez me gané malos gestos de compañeros a los que aprecio montones, dado que hice más que evidente mi rechazo al desprecio. Ellos tienen sus razones, las cuales no comparto para nada.

Al parecer la ley de hielo al Paté tenía fecha de expiración, pues todos los medios corrieron a cubrir, esta semana (y no dudo que con implícito gusto), la noticia de su retiro. En la que dudo sea su última comparecencia a los medios, Paté se mostró un poco más conciliador, despidiéndose sin rencores y hasta sonriendo.

Ahora que no estará en la cancha, me sorprendo en admitir que lo echaré de menos. Centeno era el último referente que me quedaba de un Saprissa que fue grande, que ganó de todo y que como afición nos hizo sentir orgullosos. Sin él, la casa morada se queda sin estrellas, con un equipo plagado de carajillos de los que uno no se sabe ni el nombre, o bien veteranos como Douglas Sequeira y Gabriel Badilla que tienen el carisma de un chifrijo de pollo.

No creo que Paté quisiera caerle bien o mal a un país entero. Él ha sido una de las pocas figuras públicas en defender su derecho a no andarle pelando el diente a todo el mundo, algo rarísimo en un país en el que tratar de parecer "buena gente" es el deporte nacional. Centeno, por el contrario, se convirtió en el abanderado de la amargazón, de ese sector cínico de la población que no se apunta a los simulacros de fin de año ni a las marchas a favor de lo que sea.

Si Paté Centeno me cayó mal, la culpa no fue de él. La culpa fue mía.

sábado, 12 de mayo de 2012

Vueltaenu presenta: Las 100 mejores del rock tico - Final (10-1)

Bernal Villegas y Pato Barraza: en la cresta de la ola (Foto: Lucía Marín)

El 9 de junio del año pasado anuncié en este espacio que revelaría los resultados de aquella ya lejana encuesta del 2009 que hicimos en Vuelta en U para determinar cuáles han sido las 100 canciones más importantes del rock tico. Casi un año después, hoy finalmente se termina el conteo.

Creo que en aquel momento no tenía muy claro en lo que me estaba metiendo. Estaba el camino fácil de chorrear la centena pero se me hacía muy sin gracia, dado que con la gran mayoría de las canciones listadas guardo una historia personal. Así que me compliqué la vida y desgrané, de 10 en 10, a las 100 piezas, con una referencia a cada una de ellas.

Me encantaría creer que todos los fiebres del rock costarricense han seguido estas publicaciones con hambre pero sería engañarme. Por eso, si usted es de los que hasta ahora se entera de qué es esto –precisamente porque se acabó– entonces le doy un poco de contexto, antes de entrar en materia con los 10 primeros puestos.

En el 2009, en el que vendría a ser el último proyecto editorial de Vuelta en U, nos dimos a la tarea de hacer esta lista, tabulando tanto el voto abierto de los usuarios del sitio como el de un panel de expertos, relacionados de alguna manera con el medio musical criollo. El resultado se quedó sin publicarse ante el cierre del medio, hasta que lo retomé el año pasado por medio de este blog. Estas son las entregas previas, en caso que quiera repasarlas:

Parte 1: De la 100 a la 91
Parte 2: De la 90 a la 81
Parte 3: De la 80 a la 71
Parte 4: De la 70 a la 61
Parte 5: De la 60 a la 51
Parte 6: De la 50 a la 41
Parte 7: De la 40 a la 31
Parte 8: De la 30 a la 21
Parte 9: De la 20 a la 11
Bonus tracks: 10 canciones lanzadas del 2009 a hoy que deberían estar (y 10 que salen)

Con la satisfacción del deber cumplido, entrémosle al Top 10 (y suena de fondo la pieza de intro de Hola Juventud). Está de más decir que las siguientes 10 canciones son indispensables del cancionero popular costarricense, nos definen como país en el plano musical y –más allá de si nos gustan o no– las sabemos de memoria y es probable que se relacionen con recuerdos emotivos, de aquella época en que éramos desempleados, despreocupados y felices.

10. Juana Escobar (Juanita), El Parque

"Parece que todos escuchamos algo que dice así..."

Las palabras introductorias de Luis Arenas nunca se me borrarán de la memoria, pues venían pegadas a una canción que me revolcó cuando tomó por asalto las radios nacionales. En poco más de dos minutos y con una harmónica endiablada como su rasgo más característico, Juanita fue la primera gran novia del rock tico: todos teníamos que ver con ella, todos nos sabíamos su nombre, todos... todos.

¿De qué habla la pieza? A estas alturas aún no lo tengo claro pero vale gorra. En aquellos años lo que hiciera El Parque se veía como santa palabra y bien se puede decir que fue la primera banda en pegarla en serio con el rock original. No se me olvida como con el grupo de compas de Curri fuimos hasta Jaulares para un concierto de El Parque con Las Tortugas (obvio que el interés era por los primeros). Con Juanita me di de patadas en el parqueo de Educación, en una Semana U en la que Los Rabanes eran teloneros de El Parque.

A Juanita le tengo cariño.




9. La modelo, Café con Leche

El punto culminante en los conciertos de Café con Leche, y luego en la etapa solista de Capmany, llegaba con La modelo. Tiendo a creer que no se trataba de la canción predilecta de Jose pero no por eso dejó de hacerla divertida, con interludios únicos que mutaban de versión en versión.

Recuerdo una vez haberlo escuchado en un chivo que estaba dando en la extinta sucursal de la pizzería Caccio's, en Heredia. Esa noche el cuento del ride a la playa, de la mae horrible y del artesano duró como 20 minutos, con toda la audiencia muerta de la risa ante aquel cuento que no se sabía para dónde iba.

Hoy una tipa que se las dé de sexy difícilmente se vestiría con anteojos punk, enaguas de cordurroi o aretes de bambú: la modelo es un reflejo de la moda y el humor de los ochentas, de una época en la que no era descabellado comprarle a la novia un regalo con ¢49.65.





8. Asesina, Calle Dolores

Rock Fest 2001, anfiteatro del Hotel Herradura: Jose Coto cantando con las venas del cuello a punto de reventarse, un emsombreado Bernardo Mata bailando por todo el escenario, Sapo dejando el alma en los tarros...

Al día de hoy no recuerdo otro slam de las dimensiones e intensidad del que se armó en esa ocasión, con miles de pies correteando en aquel polvazal, con miles de gargantas gritando al cielo la pregunta de "¿por qué la asesinaste?"

Asesina fue la que tuvo la culpa. La dichosa Asesina.




7. Al final, Suite Doble

Otro recuerdo del Rock Fest, este del 2002:  el recinto de Futbol 5 era un hornazo, empaquetado con un montón de gente deseosa de música extrema (ska y numetal). Ernesto Aducci armó un cartel que me pareció una bronca: Deznuke, Broca, Suite Doble, Tropa 56...

Sí, en medio de agrupaciones de patadas y slam, Aducci metió a Marta y Bernal. "Los van a matar", pensé, viendo lo caliente que estaba la audiencia... y me comí mis malos augurios. Aún me da risa recordar a aquella masa de malamansados sacando los encendedores y coreando "la pieza del anuncio de Belmont".

El segundo álbum de Suite Doble no pegó lo que se esperaba. Las expectativas eran muy altas dado el éxito de su disco debut pero el primer sencillo Tú y yo se quedó corto. La banda luego hizo un video para Al final y lo promocionó, sin que les dieran mucha pelota. Luego, BAT le echó mano a la pieza para musicalizar uno de sus comerciales (sí, niños, los cigarros antes podían anunciarse en medios de comunicación) y cobró un segundo y definitivo aire.

Al final es hoy una de las máximas baladas de la música costarricense. Una pieza que –igual que el comercial que acompañó– evoca a fogatas, a parejas hechas un colocho, a noches saturadas de estrellas y a calorcito humano. A Marta no se le perdona el que se baje de cualquier escenario sin antes echársela. Así de sencillo.




6. Voy por ella, Evolución

Hace ya muchas lunas, en los inicios de la comunidad que se formó a partir del foro de 89 Decibeles, tuve el placer de ser el DJ (digamos), en varias de sus fechas, en el bar La Salamandra.

Cargado de compactos (arcaico), puse la música que me dio la gana. En el bloque de canciones nacionales, una estimable forista se me acerca y me pregunta si ando Voy por ella. Desde luego que la canción del momento estaba a mano y al sonar el primer acorde el salón se volvió loco. Acto seguido, aquel respetable grupo de seguidores y protagonistas del rock nacional empezó a corear aquello de "Hay una mujer perfecta...".

Evolución no ha sido una banda de estricto perfil comercial, sin que por eso su música no sea accesible y fácil de oír. Su mayor licencia pop se dio precisamente con Voy por ella, lo que sin duda influyó en el mostruoso desempeño que la canción logró en medios de comunicación. Fue por este tema que ese gran público entró en contacto con el trío, como si se tratara de algo nuevo.




5. El invisible, Gandhi

No es la mejor canción de Gandhi pero sí la más difundida (o quemada).

El Invisible pegó solita, sin impulso en los medios y ya para cuando la banda empezó a grabarle videos, la pieza era de dominio popular. Su primer clip es hoy una leyenda urbana, pues desapareció del ojo público. Producido por el equipo más meritorio que ha pasado por 7 Estrellas, el clip mostraba a un montón de mujeres de distintas edades –incluidas niñas y ancianas– hablando de ese amigo invisible que visita el lecho femenino (si todavía no entienden de qué trata la pieza, tomen el premio Winnie Poh a la Inocencia 2012).

Aquel video fue retirado del aire (al chile, pago por una copia) y la banda hizo otro más ambicioso con Douglas Martin, el director que estuvo de moda en los videoclips ticos de una década atrás. Si me preguntan, me quedo con el original.

Plagiada por Rosana (aunque ella jure que el idéntico riff de guitarra de Pa ti no estoy es una inocente coincidencia); track oculto del disco en vivo Bios; manoseada por BMG; covereada por decenas de grupos adolescentes que ven a los de arriba como referente, El invisible y Gandhi son hermanos que a veces se pelean pero que, al final, comparten la misma sangre.




4. Cuantas noches, El Parque

Hoy, escuchándola a la distancia, Cuantas noches me parece una pieza suave, cero violenta, pero en aquel entonces sonaba a pura gasolina y la voladera de patadas era su coreografía.

Estamos claros en que la historia de El Parque se empezó a escribir y hoy continúa con Paul Jiménez pero nadie puede negar que su momento de gloria fue con Luis Arenas en los vocales. Showman por excelencia, el flaco venía de un grupo muy bueno llamado Signos (lo recuerdo en Telemúsica, con Rooper Alvarado) y con su calidad vocal y técnicas escénicas se transformó en el primer rockstar criollo de los 90.

Todo eso quedó en evidencia en Cuantas noches, canción muy pegajosa, de coro fácil de aprender y provista de un video revolucionario, el primero de muchos que se rodarían en el Sanatorio Durán. Musicalmente es una pieza impecable, sencilla pero a la vez sabrosa, con una base de bajo a cargo de Churro Trejos como su rasgo que más me gustó.

En los buenos años de Radio Sistema Universal, Cuantas noches hizo lo que le dio la gana: sin redes sociales, incluso mucho antes de contar con un video, nuestras llamadas la llevaron a los primeros lugares. De las pocas canciones en esta lista que se pedían "para grabar".




3. Dime qué puedo hacer sin ti, 50 al Norte

Para febrero del 2000 yo era un reportero pollito en la sección de espectáculos de Al Día. Mis jefes me piden un artículo a propósito del Dia de San Valentín y para evitar lo obvio (decía yo), busqué a artistas nacionales que tuviesen grandes canciones de amor, para preguntarles por la inspiración detrás de aquella letra.

Cuando hablé con Bernal Villegas me quedé en una pieza: la balada que uno le dedicaba a la güila que le gustaba no estaba inspirada en un romance de pareja, sino en un amor más puro, más básico, menos complicado: el de un padre hacia su hija.

Bernal no lo sabe, pero fui fan de 50 al Norte y tuve la dicha de ver a la banda en vivo un par de veces, siendo la más memorable aquella en el Melico, cuando se presentaron al lado de la Sinfónica Juvenil. Éramos poquitos en el teatro pero cómo nos hicimos oír, especialmente unos compas que pasaron pidiendo, sin éxito, el desterrado éxito Llamada clandestina (pago también por conseguir ese tema).

Yo era un carajillo de cole y Bernal ya un artista hecho y derecho. El tiempo pasó y coincidimos, yo feliz cubriendo sus chivos y abriéndole las páginas del periódico. Y al igual que él llegué a entender ese amor tan puro y básico y, en las noches, al ver a Emma y Luci dormidas no encuentro respuesta a la pregunta de qué podría hacer sin ellas.




2. El barco, Café con Leche

El cancionero de Café con Leche tiene dos definidas corrientes: la de humor folclórico costarricense (en la que es justo reconocer el gran aporte inicial de Enrique Ramírez) y la metafórica, que siempre sentí era la que más realizaba a Capmany.

El barco es justo eso: la metáfora hecha rock and roll. ¿Qué significa? Usted dígalo: una canción universal, que cada quién interpreta a partir de sus experiencias, que no peca de explícita pero tampoco de fumada.

Ese barco que Jose no abordó puede equivaler a mil cosas y todos en algún momento nos hemos enfrentado a él.

Si bien estamos ante un tema que se puede decir sin pena que pegó en la radio, lo cierto es que su leyenda se tejió en vivo, sobre las tarimas, en la interminable gira por Costa Rica que fue la vida de Jose. Si digo que escuché 50 veces en vivo a Capmany cantar El barco, la cifra es conservadora... y todas las veces él la interpretó como si fuera la última.




1. Frágil, Inconsciente Colectivo

En 1992 yo era un fan a muerte de radio 103. En aquel entonces la emisora empezó a editar un boletín (en papel, obvio) con su lista Feeling the Hits. Sé que en alguna caja tengo, amarrada con ligas, mi colección de dichos boletines, y en una de ellos dice, muy claro, que Frágil fue número uno en algún momento de aquel año.

Más larga que la mayoría de sencillos exitosos (pasa los 5 minutos), Frágil es la canción tica que más lejos ha llegado, literalmente: con ella Inconsciente triunfó en la versión local del concurso Yamaha Music Quest. Luego vino la victoria en la eliminatoria latinoamericana y un dignísimo tercer lugar en la final mundial, celebrada en Japón.

20 años han pasado desde la primera vez que la intro del piano llegó a nuestro oídos y aún puedo decir que Frágil me para los pelos. Frágil es la canción que necesitábamos, que pedíamos a gritos, que nos hacía falta y no sabíamos. Está llena de frases bellísimas... "Y si me quieres ver llegar, rompe tu cristal"... "Una palabra se olvidó de entrar en la canción"... "Una promesa de cristal, que nunca podré romper"... (Y la mejor) "Tengo una enfermedad mortal que he de llamarla libertad"...

Anécdota pola: en algún momento de 1995 le pedí prestados cinco rojos a mi hermano menor, los cuales nunca le pagué (sorry, Fabián) y con ellos fui y compré el CD original de Inconsciente en la Fuji de la Calle de la Amargura. Me encantaría decir que aún lo conservo pero se lo regalé a una compañera de la U con la que medio andaba y que era loca por Pato y los suyos. Con ella terminé al ratito, pues prefirió irse con un mechudo que juraba ser la versión tica de Jerry Cantrell. Espero que aún conserve el disco de edición original, mientras yo me conformo con la reedición que una década después puso en la calle BMG.

No sé si alguna vez te lo dije pero, por aquello: Pato, gracias por Frágil. En serio.

lunes, 7 de mayo de 2012

Bob Dylan en Costa Rica: los misterios gozosos



Empecemos por lo obvio: decir que vimos en vivo a Bob Dylan en un lugar tan pobre –acústicamente– como nuestro herediano Palacio de los Deportes es un reflejo de ese Macondo que es Costa Rica.

Uno de los músicos más grandes del planeta se presentó en un escenario al que, hay que decirlo, no le tenemos cariño. Todos guardamos recuerdos épicos del Nacional, del Saprissa, del Morera... hasta del Rosabal. Y hablamos de recuerdos no relacionados con futbol, sino artísticos. Sin embargo, del Palacio, ¿qué? Recuerdo cuando casi morimos aplastados con los Cadillacs, en un concierto sobrevendido, y ya... conciertos menores, algunos bonitos, otros no tanto pero eso... menores.

Y entiendo que a Evenpro no le quedara otra que irse al recinto florense: Dylan podrá ser un dios viviente pero bien sabido es que lo suyo no es masivo y un estadio tico le habría quedado enorme. Y en vista de que carecemos como país de una sala de conciertos de aforo mediano, pues ni modo, a Dylan lo vimos en el mismo escenario de la Teletón (solo en Costa Rica, insisto).

No me quejo, para nada: para sorpresa de todos, el Palacio se comportó a la altura. Mérito del equipo técnico, que acondicionó el lugar con unas telas que beneficiaron tanto en lo estético como lo acústico. Y así, todos bien sentados, recibimos a Foffo Goddy, el bien atinado telonero de la noche.

Arturo Pardo es mi amigo y sé que su música está para exportarse. Verlo en un escenario grande, ante miles de personas, me llenó de orgullo, al igual que a sus papás, que en las sillas del lado gritaban y aplaudían ante el bien sacado espectáculo de su retoño y Daniel Bissinger. Mi pieza predilecta de Foffo Goddy Between the World and Me (aka My Window) fue la primera, así que no tuve tiempo de grabarla. Por dicha la estricta seguridad del dúo de folk acústico (así lo catalogaron en las notas de prensa) se aflojó un poco y me permitió grabar en video un par de sus temas.



Arturo estaba un poco ofuscado, dado que se le reventó una cuerda. Yo le dije que tranquilo, que honestamente no se notó (digo, el público tico no escucha banjo todos los días) y que, por el contrario, el saldo debería ser positivo para ellos, dado que se enfrentaron a una audiencia que de fijo (casi) no los conocía y que al final los premió con aplausos sinceros, bien ganados en una faena tan poco apreciada como la de servir de plato abridor.

Pasó un ratito y sin ninguna introducción, Dylan estaba ante nuestro ojos. A mí se me hizo irreal: el señor influenció a todos los artistas que admiro, la historia del rock and roll prácticamente se ha construido sobre sus hombros, graba discos como un endemoniado y con más de 70 años no se ve que tenga ganas de parar, de retirarse, de llevarla suave. Bob Dylan, el escritor, el narrador, el trovador, el mero mero estaba ahí, a solo metros de distancia.

Después de los pelllizcos de rigor me di el gustazo. Phil Rodríguez –cabeza de Evenpro– me lo dijo al final del recital: "Hoy comimos caviar". Y tiene toda la razón. Dylan nos dio un conciertazo, un espectáculo de primer mundo, un chivo que en otras latitudes implica desembolsar cientos de dólares. Es como que la Capilla Sixtina viniera hasta nosotros y se exhibiera en el pleno centro de Chepe.

¿Disfrutó la gente del concierto? Depende. Dylan no es un artista que busque o ocupe reinventarse, por lo que no anda en las de Santana o Tony Benneth, sacando discos cargados de all-stars que lo catapulten en Billboard. Dylan escribió las reglas, SUS reglas, y hace rato se maneja por su propia lógica, la cual no es la del mercadeo o la fanfarria. Dylan no saluda, no da las buenas noches, no pierde tiempo en habladas sobre el país que visita, para él el rato sobre escena es valioso y lo destina por entero a roquear como si mañana fuera el fin del mundo.

A mí personalmente me entra flojo si Bob Dylan no saluda: no estábamos ahí para eso. Admito, además, que no he sido fan a  muerte suyo y que lo que manejo de su repertorio son los lugares comunes, los éxitos, que llaman. Y fue ahí que comprobé que al buen Bob los éxitos le entran flojo.

Dylan toca para darse gusto, SU gusto, a sabiendas de que el público disfrutará, en distintos grados de intensidad, del espectáculo. Yo me maticé, casi como recibiendo una clase magistral, no solo de parte de él sino de una banda de ejecutantes increíble, músicos con porte de mafiosos que descargaron blues bravísimo, intenso, imparable, sin dar espacio a la audiencia ni para aplaudir.

Eso fue algo bueno de la ausencia de "éxitos": nos concentramos en la música. Sin motivos para gritar a lo loco, nos dedicamos a poner atención. Dylan caminó poco, apenas la distancia entre su teclado y el centro del escenario, pero sudó la gota gorda: ese hombre que enseñó a todos, que dio la pauta a seguir sigue sudando rock and roll. Su característica voz es poco clara y si a eso le sumamos un repertorio de puros misterios –gozosos, eso sí– pues mayor el reto para uno como escucha. A Dylan el público fácil debe darle pereza, pues él le pide a la gente estar atenta, concentrada... metida en la vara.

Hablo, claro, que desde mi butaca de oyente ocasional, de uno de los miles que estaban ahí no tanto por convicción, sino porque era imperdonable no ver a una leyenda si tiene la cortesía de visitarnos. Claro que otra gente la pasó en grande, especialmente el montón de gringos con vestigios hippie, muchos de ellos extasiados ante aquella extraña visión de su origen en medio de su hoy contexto tropical.

Tampoco vamos a ser tan injustos de decir que Dylan no tocó "éxitos"... a su manera, claro está. Por eso fue divertidísimo escuchar al Palacio tratando de calzar con el tempo desacelerado de Like a Rolling Stone o reconociendo Blowin' in the Wind hasta que Bob llegó al coro.



Si me preguntan, me pareció un concierto único, algo raro y casi que didáctico. Nunca escuché en vivo una lección de blues así de buena y hoy tengo la satisfacción de haber visto en vida al maestro de maestros, al mae que escribió y vivió el rock como ningún otro. Músicos grandes le sobran a la historia del rock and roll... pero Bob Dylan es el único que nunca bajó los brazos, que no contento con ser una leyenda ambulante se comprometió a darlo todo, a seguir con las botas y el sombrero puestos hasta que la sangre se detenga.

Vi a Bob Dylan en mi terruño. Lo escuché, a metros de distancia, cantar un montón de canciones que yo no me sabía... y esa es una satisfacción que me la llevaré a la tumba.