domingo, 31 de octubre de 2010

Green Day: tres horas de pura interacción


La costumbre dice que en los conciertos pro el músico estrella internacional hace lo suyo, receta unos cuantos y mecánicos "Costa Rica, you're the best"; cuenta alguna anécdota; hace un encore que redondea las dos horas de música y todos de vuelta a su casa. Quizá por eso es que todos los que vimos a Green Day salimos tan asombrados del estadio Saprissa.
La banda californiana agarró el manual del "buen concierto" y se limpió con él, dándonos, en cambio, el concierto más emotivo, sincero e interactivo que se ha presentado aquí en tiempos recientes.
Cierto que Green Day son tres músicos, acuerpados para la ocasión por otros tres ejecutantes. Sin embargo, en suelo tibaseño la banda fue de miles de integrantes, representados en la tarima por al menos dos decenas de ticos que, sin esperárselo, fueron tan protagonistas como el mismísimo Billy Joe Armstrong.
Con Green Day el primero en estar fue un fan que, impulsado por el vocalista, hizo un perfecto acto de stage diving; también vimos a Ignacio, muchacho en muletas al que Billy "curó" con la misma técnica patética con la que los pastores más paquetazos engañan a las almas ávidas de milagros; también atestiguamos a un nutrido grupo de groupies hacerse grandes junto al micrófono, aunque nada comparado con la dichosa que le hizo segunda voz al cantante en Know Your Enemy y cuya gesta fue fotografiada por el líder de la banda (¿cuál periódico corrió a buscar esas fotos?).
Sin embargo, el punto alto de los aportes ticos al show se dio cuando Billy pidió que alguien que supiera tocar bajo y guitarra subiera a escena para conformar el Costa Rica Three (con su hijo Joseph en la batería). El bajo le correspondió a una muchacha sin mucha gracia, mientras que la lira primero recayó en un atarantado que no pegó ni un acorde y que fue despachado a la primera, para finalmente quedar en manos de un joven que sí supo roquear la casa, tanto que el instrumento al final le fue donado por Armstrong, para envidia de todos los que valoramos cualquier pieza de memorabilia.
Lástima que todo aquello fue presenciado por una asistencia que se quedó corta. Pareciera que, a pesar de la inédita oferta de conciertos internacionales de peso que hemos tenido este año, el mercado tico terminó por demostrar que no da para tanto y por eso ni Bon Jovi, ni los Jonas Brothers ni Green Day lograron llenar el Saprissa. No me extrañaría que para el 2011 las productoras tengan mayores reservas a la hora de incluir a Costa Rica en giras mundiales, apostándole sólo a casos de llenazo garantizado (Metallica, Iron Maiden... y Chayanne).
Aún así, los de Green Day no arrugaron la cara -contrario al petulante de Bon Jovi- y le dieron como si estuvieran ante 100.000 almas, tal y como lo hicieron en Woodstock 94 o, más recientemente, cuando cerraron la segunda noche del Lollapaloza 2010.
De hecho es curioso como una banda proveniente del punk rock tiene tan claro en manejo de su marca y el mercadeo de la misma. Su montaje fue sobrio y sin sobredosis de tecnología, apostándole más a la pólvora y explosiones que a las luces y las megapantallas. Sin embargo, el logo de GD siempre estuvo a la vista en los telones de fondo y, para remachar, a los de gramilla nos bañaron con una lluvia de papel picado que, sorprendentemente, no era otra cosa que miles de piezas con el nombre de la banda... nunca fue tan gratificante juntar papelitos del suelo.
En lo musical sería ingrato pedirle más a unos músicos que le dieron con todo por tres horas... ¡tres malditas horas! Sólo una vez antes recuerdo haber estado en un concierto que se extendiera tanto y aquella memoria no me es grata (era el único en el auditorio del Herradura que gritaba "¡Nooooooooo!" cada vez que El Potrillo preguntaba si querían escuchar otra ranchera aculeolada).
Tan largo fue el show de Green Day que fácil se hizo detectar a las dos generaciones convocadas por el trío. Y es que si bien aquellos que pasamos los 30 creemos que GD es nuestro, pues fuimos los que estábamos ahí cuando salió el Dookie, los que llamábamos a las radios y a TVA para que pusieran Basket Case, lo cierto es que la banda en realidad le pertenece a los chiquillos, a todos esos entre los 10 y 18 que hoy ven a Billy Joe y compañía como íconos, no sólo del rock, sino de la moda, y los tratan con la misma vigencia que a Paramore o Fall Out Boy.
Sin que aún tenga muy claro por qué, GD vivió una resurrección en los últimos años, coincidiendo con el lanzamiento del American Idiot (si tuviera que aportar, le daría mucho crédito a los videos que Samuel Bayer le hizo a la banda para aquel álbum). Por eso, aquella noche en Tibás, había niños que brincaban como locos con piezas como Wake Me Up When September Ends, para después caer en la indiferencia con clasicazos como She, Minority o Brain Stew, temas que está de más decir a mí y la mayoría de mis contemporáneos nos hicieron la noche (y eso que se quedaron sin tocar Warning).
Billy Joe prometió que volverán, promesa que me pareció más una cortesía que una verdad. Por eso, si se perdió por el motivo que sea de Green Day en Costa Rica hoy puede lamentarse por no haber sido parte del concierto más interactivo que una estrella internacional haya traído. Después de recordar la decidia y mediocridad con la que los Black Eyed Peas se tomaron su presentación aquí, da gusto ver que todavía quedan algunos que, por más grandes que sean, aún disfrutan de pararse frente a un público para hacer su arte.
Y así cerramos un año inaudito, abusivo, satánico, desquiciado e irrepetible en lo que a espectáculos masivos se refiere. En mi cuenta particular, el 2010 no me dejó ni chivas ni burras negras (la buena suegra la conseguí hace rato), sino el placer de haber tenido, a sólo metros de distancia, en el terruño y con rodeado de los compas, a Metallica, Megadeth, Korn, P.O.D., Bon Jovi, Aerosmith, al Salmón Calamaro y, ahora, a Green Day.
Como para darse con la piedra de Aserrí en el pecho.

Los dejo con un videito de los que grabé ese día. Y la foto también es mía (tomada con el poderoso Sony Ericsson Satio, mención que no fue pagada por Sony Ericsson).

jueves, 14 de octubre de 2010

Los de verdad: El director (Jim Belushi)


En AXN han estado pasando recientemente uno de los que a mi gusto entra dentro de los mejores filmes colegiales: The Principal, de 1987.
Belushi -conocido más por la vena cómica que en su momento lo llevó a ser parte de Saturday Night Live- interpreta en esta cinta a Rick Latimer, un profesor de secundaria ebrio que, en un arranque de ira, muele a golpes a un pobre diablo que se fija en su exesposa.
A manera de cartigo, Rick es enviado a un liceo de mierda, el legítimo cole huecazo, Brandel, donde los pandilleros mandan, las drogas se venden casi que en la soda y los profes dejan fuera de sus clases a los alumnos basura.
¿Una película de acción con un director de cole como protagonista? Tal es el caso del personaje de Belushi, quien, bate de beisbol en mano, saca a golpes y patadas de los pasillos a los alumnos más difíciles, sube las gradas en su moto para evitar que un estudiante viole a la única profesora que no come gallina, y le da una paliza al máximo patán de la institución, ese alumno que todos los que salimos de un colegio público recordamos por ir al cole pero nunca a clases, un legítimo desgraciado que debería estar en la cárcel y no estorbando en un pupitre.
Lógico que es ficción y no aspiro a ver a muchos directores de colegio imitando el estilo de Rick. Y si bien el director de mi colegio era un caso patético de falta de autoridad, hoy recuerdo bien a aquellos profes que supieron lidiar con jóvenes que, escudados en una camisa celeste, creían tener licencia libre para sus estupideces.