jueves, 19 de septiembre de 2013

Hard Rock Cafe Costa Rica: mi lista del niño

Foto tomada del Facebook de HRC CR.
Hard Rock Cafe finalmente abrirá sus puertas en Costa Rica. Y eso –por enajenante que suene– me emociona.

Me emociona porque me gusta la música y bien sabido es que Hard Rock Cafe es un lugar donde los obsesionados con la música nos podemos entretener por horas. La memorabilia que cuelga de sus paredes por lo general es tan alucinante como histórica y, por qué no, da la sensación de encontrarse dentro de un museo bien curado y con la ventaja de la cerveza a mano.

Desde que empecé mi romance con el rock and roll, en mi época de colegio, visitar uno de estos restaurantes se volvió casi una necesidad. Y por eso entenderán que cuando tuve la oportunidad de hacerlo –en un viaje de trabajo a St. Louis, Missouri, en el año 2000– parecía niño suelto en confitería. En esa ocasión andaba solo, cubriendo un concierto de los entonces popularísimos Limp Bizkit, Eminem y Papa Roach (¿quiénes?) y de chiripa el hotel en el que me hospedé quedaba muy cerca del HRC.

En aquella ocasión parecía loco tomándole fotos a las guitarras de Slash y Tom Petty, al bajo de Sting, a la chaqueta de Bruce Springsteen... Desde luego que en la tiendita me dejé atornillar por la típica camiseta carísima del Love all serve all que con la primera lavada se encogió y nunca más pude volver a usar :?

Con los años visité otros de sus locales y si bien ya no entré con cara de trastornado, igual siempre hice el recorrido de rigor para apreciar aquellas joyas. Aún recuerdo la absurda y agradable impresión de estar frente a la jacket blanca que Axl Rose usa en el video de Paradise City. Momento espiritual, sin duda.

Ahora HRC está entre nosotros y si bien como dije al inicio su llegada me ilusiona, también me preocupa. Me preocupa porque me da miedo decepcionarme, ir y salir deseando echar el tiempo atrás, con el imaginario hecho añicos y un mal zumbido en los oídos.

Por eso, con la apertura ya a pocos días de distancia, me tomé el atrevimiento de plasmar aquí mis temores y deseos.

Primero que nada, estimados señores, no se olviden de su razón de ser: el roquero. Son los roqueros los que se emocionan cuando ven en la pared algo que tiene el nombre Frank Zappa o Mike Patton, son los roqueros los que sonríen cuando ven un artículo personal de Joe Elliot y Debbie Harry, son los roqueros los que reconocen nombres como Mike Portnoy y Neil Peart. Un HRC cuya razón de ser no sea el público roquero es una ofensa, un mal chiste, una pose.

Segundo: el rock no sabe de códigos de vestimenta. Doy por sentado que ante la naturaleza roquera de la franquicia, en su local no se pondrán en estupideces de reservarse el derecho de admisión según la pinta de la gente. UN HRC debería ser –en teoría– un lugar donde no importe el pedigrí del guardarropa o donde no se admitan mechudos, barbudos, chancletudos, góticos y un largo etcétera.

Tercero: con el mayor respeto les pido que no conviertan a HRC en otro restaurante fresa más, en una extensión de la vida color de rosa de Lindora, en un nuevo destino para "faranduleros" y demás bombetas roba cámara. Uno no debería ser "alguien" más que uno mismo para sentirse a gusto entre gente a la que le gusta el rock, la cervezas y las hamburguesas.

Cuarto: Su nombre lo dice... el de ustedes es un lugar de rock. Y eso es justo lo que uno esperaría ir a escuchar. En lo personal me asusta que el HRC de Costa Rica se vuelva sede de grupos de esos que tocan covers de lo que sea, tipo Expresso o Los Ajenos, según el sabor de temporada. Si hay algo que sobra en este país es buen rock y pop original, con suficientes bandas talentosas como para tener una diferente todas las noches del año.

Quinto: Conviertan a la tienda en algo trascendente, más allá de vender camisetas que se encojen y vasitos con su logotipo. Qué tal si al lado del inevitable merchandising propio de la marca se levanta un punto estratégico para distribuir la producción de los artistas locales: discos, tarjetas de descarga, camisetas de las bandas y ojalá hacerlo no por estrategia de mercado, sino con un verdadero sentido de apoyo, de RSE si quieren verlo en términos del INCAE.

Sexto: Sean accesibles. No hay nada peor que un establecimiento que se las tira de culazo. Cierto que son una marca de prestigio y que hay requerimientos de calidad por observar pero eviten que eso los haga excluyentes o demasiado propensos al VIP. Estoy seguro que sus precios serán tan altos como los del resto de la cadena (la comida es ridículamente cara) pero piensen en espacios económicos, que inviten a personas fuera de su target a darse la vuelta, a ver de cerca los preciados objetos en exhibición.

Sétimo: El punto anterior me lleva a algo que me parece obvio, casi ridículo de sugerir, pero que espero ustedes no dejaran por fuera. ¿Habrá elementos costarricenses en la memorabilia del restaurante?

Sí, asumo que sí.

En todo caso y si lo tienen a bien, podrían pensar que sus vitrinas deberían lucir, junto con los objetos de los miembros del Salón de la Fama del Rock and Roll, algunas pertenencias insignes de quienes le han dado forma y rostro a nuestra música nacional.

... como el simbólico sombrero de Jose Capmany.
... como la chamarra ácido wash de Enrique Leche Ramírez.
... como la guitarra de  Walter Ferguson.
... como el sombrero de paja de Daniel Cuenca, de Sonámbulo.
... como los sombreros que Gandhi usó en la presentación del Páginas perdidas.
... como los bolillos de Fabián Sapo Brenes, de Calle Dolores.
... como la guitarra de Fidel Gamboa.
... como el gorro tejido de Balerom.
... como el clarinete de Johnnyman.
... como la foto de Lita Tresierra.
... como el traje con el que Magee, de Insano, salió en la portada de La Nación.
... como el afiche de El Parque en el Teatro Nacional.
... como el disco de oro que recibió Inconsciente Colectivo por las ventas del Pastillas.
... como el premio continental de MTV que recibió Le*Pop.
... como un gafete de los festivales europeos de Sight of Emptiness y Pneuma.
... como _____________________________________________________.


Octavo y último: Sean abiertos al metal, al ska, al reggae, a explorar, a hacer noches de playlist invitados, dándole la posibilidad a cualquier hijo de vecino de ir a compartir su música predilecta. Creo que ya lo dije pero igual lo reitero: pongan a la música por encima de todo pero no por estrategia comercial, sino porque les sale de los huesos, de la sangre, del alma.

Por lo demás, buena suerte. Ahí me daré la vuelta, espero que pronto, una vez que baje el típico molote que inunda al minuto de abrir puertas. Y sí, ese día pagaré por una hamburguesa bien cara, una cerveza absurdamente costosa y, ojalá, disfrutaré a mis anchas de la mejor música en su repertorio.


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