miércoles, 13 de febrero de 2013

Días de radio



La radio siempre ha sido mi amor secreto.

Si bien me crié pegado al tele, la radio siempre contó, siempre estuvo ahí, y nunca como segundona, sino aportando lo que los demás no podían.

De mi infancia guardo recuerdos muy vívidos de radio Rumbo, la cual mi papá nos hacía escuchar dictatorialmente en el carro camino al paseo dominical de turno. Ahí, a fuerza de repetición, me volví experto en los repertorios de Agustín Lara, Julio Jaramillo, Pedro Vargas y Bienvenido Granda El Bigote que canta.

Mi mamá era la de la radio informativa: nos despertaba entre semana con el rápido, resumido y cierto noticiario de Rolando Angulo en radio Reloj. El Ave María, las horas del mundo, Editorial minuto uno, los anuncios de Pollo Juancho, el más ancho. Y desde luego que apenas temblaba, aún con la tierra moviéndose, nos tirábamos sobre el radio para oír los reportes de Reloj.

También por la vía materna nos llegó la radio religiosa, específicamente radio Fides. Ahí me familiaricé a oír el rosario de los dominicos de La Dolorosa y canciones de alabanza a ritmo de géneros pecaminosos como la cumbia y la salsa.

En el paso de niño a adolescente pedí para una Navidad un radio... ¡mi radio! Y ahí fue cuando empezó lo bueno.

Cuando entré al colegio mis papás me regalaron una radiograbadora (doble casetera, desde luego) y me olvidé de todo el dial y me quedé con dos estaciones: Universal y 103. Buena parte de mi educación musical se las debo a ellas y al poco de atarantados que estaban detrás de sus micrófonos y controles.

Recuerdo cuando Radio Sistema Universal pasó a ser una emisora totalmente roquera: era imbatible. Eran los años del grunge y el rock alternativo y la buena música era dominio del 90.7. También fueron los años en que empezó el movimiento de rock nacional original en español y yo era de los que llamaba a cada rato por teléfono para ver cómo canciones de Índigo, El Parque, Gandhi, La Nueva P y Hormigas en la Pared subían en la lista de éxitos.

103 era casi objeto de culto en mi barrio, en el liceo, en mi grupo de amigos. Todos aquellos chamacos amanecíamos con Rodrigo Rodríguez y su Morning Show (nota irónica: días atrás Rodrigo comentó en Facebook un texto mío y se refirió a mí como un "roco amargado"). No se me olvida la vez que el locutor, como la gran gracia, puso como complacencia una pieza salsera –seguro de Jerry Rivera– y de inmediato un oyente furioso llamó a amenazar con ponerles una bomba si volvía a cometer semejante sacrilegio.

En 103 estaba el pequeño gigante Mario Barboza con su impresionante voz (recuerdo el shock que tuvimos cuando lo conocimos, en persona, en la desastroza inauguración del BK de San Pedro, con un fallido concierto de Liverpool y Baby Rasta), y que era admirado en su papel del inmortal Dr. Rock de Rock Power. Ahí también estaba Jorge Madrigal con su programa cursi de baladas; Yiba Carballo con su Fan Club de música en español; Domingo Arguello convertido en el mae más popular y ligador de Costa Rica, y chavalos que sabían mucho de música como Deivid Pacheco, Randall Vargas, Tony Bertarioni (antes de hacerse ragga), Mauricio Alvarado, Javier Chaves y Rolando Herrera. Javi y Rolo eran los héroes locales de la juventud curridabatense, dos maes del barrio que trabajaban en la radio número del país. Recuerdo que a Rolo al inicio le tocó el turno de las madrugadas y a esas (des)horas yo llamaba a cabina para que me complaciera con algo de Faith No More.

A 103 llamé a un programa precursor del karaoke que se llamaba Las cantaditas para según yo cantar las primeras estrofas de Give it Away, de Red Hot Chili Peppers. Visité sus primeras instalaciones, en una casa pequeña de Tibás, con mis amigos Luis Fernando Calvo y Francisco Munguía, luego de que Luisfer se ganara una camiseta de la estación (que terminó convertida en pijama). Y en 103 estaba el mejor programa que considero ha tenido la radio nacional en toda su historia y que para mí era pecado perderme: Música alternativa, con Hellmuth Sole.

Cuando entré a la carrera de comunicación en la UCR juraba y rejuraba que mi destino final sería la radio. Ahí tuve cursos que me marcaron con profesoras maravillosas como Pilar Vitoria (nos dejaba fumar en clase y me enseñó para siempre el uso del "cuán") y Silvia Carbonell (recuerdo su emoción cuando nos puso a escuchar La guerra de los mundos), y aprendí a editar, no en protools, sino en cinta abierta de la mano de Armando Duarte y José Rocha.

Como todos mis pasos iban hacia la radio me fui de arrimado a Radio U (¡cómo quiero a esa emisora!), para ayudar en lo que fuera en Rock en U, el programa de rock en español que ahí conducía Vladimir Monestel y que tenía a Leo León como invitado frecuente. Más tarde mi primer trabajo remunerado sería precisamente en la estación juvenil de la Universidad de Costa Rica, donde su entonces director Carlos Morales (de los pocos profes de la ECCC que sí me enseñaron algo útil para mi carrera profesional) me contrató con un octavo de plaza para asistir en labores de producción, al lado de mi buen amigo Alberto Zúñiga.

Mientras la mayoría de mis compañeros tocaba las puertas de noticiarios y periódicos para su práctica profesional en periodismo, yo quise hacerla donde mejor se la jugaran en radio. Así, un día crucé la puerta del Radio Nederland Training Centre, en Sabana sur, donde aprendí tanto como pude de profesionales sobrados como Amado Rosado y Arturo Meoño. En el estudio de grabación del ICER vi en no pocas ocasiones a Arturo hacer radio educativa y entretenida, con la complicidad de actores como Manuel Ruiz y César Meléndez.

Para los que me conocen, la historia tomó otro rumbo y terminé ganándome la vida entre páginas, tanto de papel como web. De la radio volví a ser oyente, aunque ya menos fiebre y en tiempos recientes le presto mucha atención a pocas emisoras: fui seguidor fiel de 107.5 Real Rock en sus años de locura gringa (me da pena ver la cepillada en la que hoy la tienen), y de la inclaudicable Radio 2 (no tiene programador, sino un curador musical). De un par de años para acá me contento con 104.7 Hit –que podría ser mucho mejor– y las siempre cumplidoras y amenas rivales, Zoom y IQ (sí, ya soy público para las oldies). Ah, eso y Pelando el ojo, por mucho el mejor programa que se emite hoy en la radio costarricense.

Hace un tiempo me saqué el clavo y finalmente tuve mi propio programa de radio: ADN Fans, en ADN Radio (en la misma frecuencia de 90.7 que tan significativa me fue 20 años atrás). Modestia aparte, creo que  el trabajo que hice al lado del buen hombre que es Gustavo Gamboa (palo de locutor) fue de aceptable para arriba y que nuestro programa de tertulia musical merecía mejor suerte. Sin embargo, mi aventura radial apenas aguantó un año, por causas de un entendimiento superior que a la fecha no entiendo.

Soy de los que llamaba a pedir complacencias "para grabar", mis mejores recuerdos de año nuevo incluyen la voz en cuenta regresiva de Luis Ángel Vásquez, la final del Mundial del 98 la escuché por radio, metido en un bus, y en España gracias a la radio me tocó escuchar y compartir con todo ese país la euforia del campeonato de Fernando Alonso del 2005, atrapado en un embotellamiento.

Esa es mi vida radiofónica. Y hoy, en el Día Mundial de la Radio, me fue imposible no recordarla.

1 comentario:

  1. Hola Víctor! Yo tuve a mi cargo la co-producción de "Música Alternativa" junto con Hellmuth y me alegra mucho que haya sido uno de tus programas favoritos. Uno de los "hijos" de ese programa sigue al aire después de 17 años en Radio U, "Edición Limitada". Ojalá nos sigás escuchando de vez en cuando.

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