miércoles, 28 de septiembre de 2011

Vueltaenu presenta: Las 100 mejores del rock tico - Parte 6 (50-41)

Mod Ska: al que le guste que lo baile...
Digamos que esta es la segunda parte de este informe, después de una semanas de pausa. De acá en adelante, prácticamente casi todas las canciones son referentes inamovibles del rock costarricense (digo yo)... ustedes dirán si coinciden.

Y solo para retomar la metodología: esta lista es producto de una encuesta que realizamos desde el sitio web de Vueltaenu.co.cr, cuyos resultados nos habíamos quedado sin revelar tras el cierre de la página. Los resultados se obtuvieron tanto del voto popular como del voto especializado de un panel de figuras relacionadas con la escena de música local, las cuales votaron con una mecánica aparte.

50. Esclavo, Evolución

Creo que esta fue la pieza que terminó de consolidar a Evolución entre el gran público. El título Absorbiendo la magia siempre me sonó medio ñoño pero es lo único malo de un álbum genial y que recibió una buena difusión, en gran parte gracias a Esclavo. La pieza sonó bastante en las radios (la recuerdo en 979, que era la que yo escuchaba en aquel entonces): una canción pesada, muy amarga, de corte social corrosivo. Cualquiera que se diga medianamente fiebre del rock tico tiene que sabérsela de memoria... no tiene quite.




49. Raquel (Maquillaje para el alma), Modelo Para Armar

Primera de las dos canciones en esta lista dedicadas a una mujer específica. No sé quién es Raquel (¿algún periodista que se apunte a averiguarlo?) pero en su honor se grabó el primer acercamiento tico al género de la power ballad. Modelo Para Armar perfeccionó el concepto del rock pop en el país y se subió con temas como Raquel en la fiebre de música nacional salida del acetato que se disparó desde programas como Hola Juventud. Los buenos viejos tiempos.




48. A Waste of Time, Anemonah

Una canción que entró al legítimo calor del momento. En el 2009, cuando realizamos esta encuesta, Anemonah era la banda en boga, de la que todos hablaban, lo más tuanis si uno andaba en el patín electro-indie. Y es por eso que creo que A Waste of Time se coló en la lista. Desde luego que Anemonah me parece un chuzo de banda y esta pieza es uno de sus mejores momentos pero también es de esos temas que no soportaría la prueba del tiempo si el sondeo se hiciera hoy. Este caso me recordó a las encuestas que se hacían hace 10 años, en las que Eminem salía como el artista de hip-hop más grande de todos los tiempos.



47. It's Your Life, Parque en el Espacio

Este país vive una contradicción enorme: consumimos muchísima música en inglés pero no somos especialmente tolerantes con las bandas locales que cantan en ese idioma. El inglés era hasta no hace mucho un idioma que solo era aceptable para las bandas de metal, absurdo que afortunadamente cambió con casos como los de Nada, The Movement in Codes y, muy especialmente, Parque en el Espacio. La banda de Zurdo fue la primera angloparlante en consolidarse más allá de la escena indie, siendo sin duda It's Your Life su tema más conocido (al menos en mis registros mentales). Yo a PEEE empecé a poner atención algo tarde, quizá porque era inevitable el pararle oreja a un grupo del que todo el mundo hablaba... y tenían razón. Aún sigo esperando el día de ver a PEEE en ligas más competitivas: se lo merece.


46. Quiero más, Porpartes

Porpartes es, desde mi punto de vista, el resumen de todo lo malo que trae el "éxito". Quiero más fue su debut, su banderazo de salida, su primera probadita... ¡y pegó en puta! Macho Salazar se tornó de la noche a la mañana en el güila ídolo de las adolescentes locales, la canción era el primer éxito de pop juvenil "tipo Hanson" que aquí se hacía y Universal Music convirtió a Porpartes en su primer artista costarricense. Y ya, eso fue todo.

Bueno, en realidad hubo más, mucho más: el grupo dejó de ser tal y se convirtió en el proyecto personal de Macho; siguieron años de silencio; Porpartes grabó un segundo álbum; obtuvo la única nominación a un premio Grammy (latino, pero Grammy al fin) para el rock costarricense; los pusieron en la tarima principal del Festival Imperial... y ya. Bueno, no, Porpartes es hoy parte del competitivo circuito colegial.

¿Fue todo esto buena o mala suerte?, ¿muy buenas patas?, ¿un grupo que se sabe mover en las esferas correctas?, ¿una suma de todas las anteriores? La verdad no tengo idea pero el tema de Porpartes merece un análisis casi académico. Aún así, no se puede quitar que Quiero más es una gran canción y no se me cae un brazo por decirlo. Lastimosamente solo encontré esta versión terrible grabada en un cole pero prefiero eso mil veces que a Macho cantando la piecita de Teletica :P




45. Dirty Rainbows, Nada

Hasta aquí llega la participación de Nada en el listado, en el cual colocó bajo su nombre dos canciones... sí, eso quiere decir que otra pieza de la banda queda por ser mencionada más adelante pero con distinto intéprete (¿o es el mismo?).

Dirty Rainbows era introducida en los primeros chivos por Kurt como "este mae no sabe hablar español" y señalaba a Marcos. Y, efectivamente, el señor Monnerat uso esta canción para presentarse como letrista, oficio que ha perfeccionado en TMiC.

El rock alternativo de los 90 que nos llegaba del norte sonaba así y creo que eso fue lo que ayudó a que la canción tuviera tan buena acogida entre los nadaheads. A mí siempre me pareció un punto alto en los conciertos del cuarteto, pues empezaba suavecito y terminaba en una descarga épica, merecedora de un video de Samuel Bayer.




44. Ska de corazón, Mod Ska

Ska de Corazón es, para efectos del rock nacional, el equivalente de los maes de Italia 90 cantando Lo daremos todo. Esté donde esté, un costarricense no puede evitar reaccionar ante esta pieza, aunque no la conozca. Esto, desde luego, se debe a la inclusión de un fragmento de El punto guanacasteco, tema tradicional cuya traducción al ska resultó un éxito rotundo.

Ska de corazón es sinónimo de una época feliz para el ska criollo, cuando bastaba levantar una piedra para encontrar abajo una nueva banda de ese género. Los slams eran brutales, las cervezas corrían descontroladas, la gente la pasaba bien y uno iba a los chivos a bailar. Pensar en un regreso de Mod-Ska no suena tan descabellado... al menos eso me dijo su bajista, Gino Blando, un par de meses atrás, cuando nos conocimos en la venta de autos en la que él trabaja. Ojalá.

Recuerdo como, hace una década, un día en la casa de Mario Miranda vi una caja llena de copias del Hermanos, una de las cuales está hoy resguardada bajo siete candados en mi casa. Tener originales este álbum y el Simples frases, de Calle Dolores, son dos de las joyas de la corona en mi nada despreciable colección de discos de música costarricense.



43. No mentimos, Seka

La canción insignia de Seka en vivo. Y sí, a estos turrialbeños les creo cuando dicen que no mienten, pues esta banda es de las que más consistencia ha mostrado en su mensaje a lo largo de tantos años. Seka en los conciertos no solo dice sus verdades, sino que le restriega en la cara a nuestros líderes sociales todas sus mentiras. Seka siempre me devuelve la fe... siempre.



42. Egocéntrico, Adaptados

No contento con liderar el que en su momento fuera el grupo ska más popular del país, Jose Coto decidió que también quería cantar en una banda punk... y se rodeó de la mejor compañía para lograrlo. Adaptados fue una agradable sorpresa cuando vio la luz, en el 2003, pues juntaba a Coto con Wash y Kurt Dyer, además del entonces debutante Gustavo Cordero. “No estamos buscando vender respuestas sino hacer música que se deje oír. Igual tampoco pretendemos calzar en una escena sino tocar para los que nos quieran escuchar”, explicó Coto en una entrevista que les hice por aquella época.

Egocéntrico ha sido su tema estandarte y eso explica el  que si una pieza suya tenía que estar acá, fuera precisamente esta. Si de mí dependiera, hubiera preferido incluir a Un día, la primera canción que les escuché y en la que el juego de voces de Jose y Kurt era una delicia.



41. Laura, El Parque

Otra pieza dedicada a una mujer. No sé quién es Laura pero espero que se sienta muy honrada, pues este tema fue el gran éxito del disco debut de El Parque, con la particularidad de que pegó más en Panamá que en Costa Rica. Hoy es inamovible en el repertorio de la veterana banda, sobreviviendo al paso de tres distintos vocalistas y de los años.

lunes, 19 de septiembre de 2011

"El regreso" al país hecho mierda de Hernán Jiménez



-¿Y cómo encontraste San José?
-Hecho mierda
-¿Y cómo encontraste la casa?
-Hecha mierda
-¿Y cómo me encontrás a mí?

Las primeras palabras que Antonio y su papá cruzan son la señal de que El regreso lleva por dentro un rollo que no es jugando.

El viernes pasado fui a ver la nueva película de Hernán Jiménez, la misma que hoy nos hace creer que eso que llaman "nuestro cine" sí es posible. Y sí, El regreso es una gran película, una cinta costarricense que a mí me tranquiliza que dé la cara por nosotros en el exterior (y no como mierdas al estilo de Donde duerme el horror, que no sé cómo la recibieron en un festival estadounidense... legítima pena ajena).

No he visto aún A ojos cerrados, por lo que no tengo punto de comparación en la filmografía de Hernán (eso sí, Los justicieros son geniales). Quienes ya vieron aquella película hablan bellezas de ella, por lo que anotarse dos éxitos al hilo es señal de que el talento del cineasta no es un accidente.

El regreso tiene la virtud de estar contada en tico pero sin ser obligatorio haber nacido acá para entenderla. Lo mismo que antes lo hicieron –desde distintos ángulos– El cielo rojo y Gestación, la cinta de Hernán nos retrata, nos representa, nos pone de cuerpo presente ante los ojos de otras latitudes. ¿Es así la vida en Costa Rica? Desde luego que sí.

Antonio –interpretado por el propio Jiménez– es un mae de 30 años que vuelve al país tras casi una década de vivir afuera y el reencuentro con NUESTRA realidad lo deja casi catatónico los primeros 15 minutos de la película. Y ese es un gran acierto de esta historia, pues siempre hemos conocido de ticos expatriados que se van en el ride nostálgico, añorando la salsa Lizano, los helados de sorbetera y los chistes de borrachos/nicas/playos del Porcionzón, pero nadie nos cuenta sobre el choque emocional de volver a un país hecho mierda.

Dejémonos de varas: acá todo está hecho mierda. Los padres fundadores de Ticolandia tenían el juicio estético (término de mi mama) en el culo, lo que hoy nos hace convivir en urbes espantosas, sucias, estrechas, rotas, quebradas, en las que la mitad de las obras no sirve y la otra mitad es demasiado fea.

Antonio va casi enfermo en el taxi, saturado del cablerío que domina nuestras esquinas; sudando por los anuncios de Derby que contaminan la vista, dejando el estómago tirado a pedazos en los huecos de la calle. Esa es la parte que más me gusta de El regreso.

Ahora bien, el rollo interno de Antonio no me lo bajo. El mae es un escritor que se escondió  en Nueva York para huir de su familia y al volver no sabe cómo relacionarse con una hermana fanática de la rezadera-lloradera producto del abandono; un padre indiferente y apantallador y un sobrino que no conoce. Eso es válido y se entiende... pero de ahí a casi ponerse a llorar con solo ver al padre, qué va.

Antonio (Hernán) y César (Daniel): compas.
De todos los personajes de El regreso, Antonio es precisamente al que menos le creo su drama. Los demás miembros de su hogar sí tienen motivos de sobra para ser miserables (enfermedades, necesidades, soledad) pero Antonio no. ¡El mae vive en Nueva York, por Dios! Allá al parecer no se gana los dólares lavando platos o paseando perros, siendo como escritor, lo cual habla muy bien de él. El único que no está comiendo mierda es él... perdón, pero tanto lloriqueo me parece gratuito.

Por lo demás, el trabajo de los otros intérpretes es de aplauso. Bárbara Jiménez se echa mucha de la carga emocional al hombro como Amanda, la desquiciada y desesperante hermana de Antonio, y el niño Andre Boxwill encanta en el papel de Inti, el sobrino que mejor entiende los enredos de su casa. Igualmente Monserrat Montero se luce con Sofía, la "vecinita" que reaparece en la vida de Antonio y lo ubica a la brava. Sin embargo, el personaje que más cautiva es César, el cholometal mejor compa, encarnado de manera magistral por el también cineasta Daniel Ross... ver la discusión que César y Antonio sostienen camino al aeropuerto debería ser obligatorio en el programa de educación secundaria. Para aplaudir de pie.

El regreso me recordó además algo que me encanta del cine tico: uno conoce a todo el mundo. Hoy que vi el trailer del nuevo filme de Miguel Gómez, puedo jurar que reconocí al menos a 10 de mis contactos de Facebook. En la cinta de Hernán no fue para tanto pero igual me gustó ver a conocidos como Rodolfo Fofo González celebrando goles y a Fernando Chironi en plan ligador en un bar. Saludos, muchachos.

Otros apuntes carrereados de El Regreso:

  • La banda sonora me la partió. Federico Miranda logró justo la música que la película necesitaba y redondeó así uno de sus años más completos como artista. Además, me encantó el uso de canciones de bandas nacionales en varias escenas. No sé quién tuvo la idea de incluir a The Great Wilderness pero, sea quién sea, lo felicito.
  • Mucho del humor que Hernán ha externado en sus rutinas de stand up comedy se hace sentir en la trama, con absurdos de situaciones muy ticas que solo nosotros entendemos en su totalidad: un Datsun remolcado en grua; robarle wi-fi al vecino; cambiarse de asiento cada 10 segundos en el único país donde se hace fila sentado; irse a propósito en un hueco; la dignidad del roquero que dice "yo no toco en cualquier chinchorro"; la gorda burócrata pinturreada que marca por teléfono mientras uno se hace de piedra esperando un trámite... no sé cómo aún no han salido camisetas que digan "deje de comer papaya".
  • Los patrocinadores son vanidosos y por eso, asumo, siempre exigen estar visibles. Sin embargo, Hernán resolvió con mucha elegancia y naturalidad la presencia de marcas, incluso creando un diálogo sobre la leche (que presumo no estaba en el guion original) que justificara tantos pinos a la vista. Aún así, en La pensión juran y rejuran que es necesario que los personajes salgan con la gorra de Importadora Monge.
Vayan a ver El regreso: es plata bien invertida.



martes, 13 de septiembre de 2011

Red Hot Chili Peppers servidos con Salsa Lizano



Ejecutivo, tallado, mecánico y preciso: todos esos adjetivos le caben al segundo concierto de Red Hot Chili Peppers en Costa Rica. Pero, casi al final del chivo, otro calificativo que no me esperaba también se sumó a la lista. Y es que, contra mis propios pronósticos, los Peppers también resultaron sorpresivos.

¿Sorpresivos, en serio? Claro que sí, pues sorpresa absoluta resultó que en el encore la banda interpretara íntegro el cierre del mítico disco Bloodsugarsexmagik. La lujuriosa Sir Psycho Sexy y la frenética They're Red Hot (original de Robert Johnson) fueron algo inesperado y que, en mi caso, me devolvió a aquellos días de 1992 en los que recorría las calles de Curridabat con el casete del BSSM en la bolsa del pantalón, esperando que en todas las casas de mis amigos me dejaran ponerlo.

Anoche vivimos una buena jornada de rock and roll. Los Red Hot Chili Peppers son un grupo maduro (con casi 30 años de formación) y en el Estadio Nacional dieron un concierto a la altura: sin excesos, sin espacio para la espontaneidad pero sí acorde al precio de los boletos: nadie puede decir que salió paqueteado o que la banda le quedó debiendo.

¿Diferencias entre lo de anoche y lo vivido en el 2002 en Heredia? Muchas, a pesar de tratarse de los mismos protagonistas (a excepción de John Frusciante, a quien ayer no eché de menos gracias a la soberbia suplencia de su buen amigo Josh Klinghoffer). Empecemos por la intensidad: tanto los Peppers como nosotros nos dejamos llevar más en su primera visita, por varios motivos.

Para los músicos, en aquel entonces tocar en Costa Rica se había vuelto casi una misión, dado su apego tras sus múltiples venidas de carácter lúdico y surfístico al país. Y esas ansias de presentarse por primera vez acá hicieron que el cuarteto casi se desarmara de tanto que se movió en la tarima del Rosabal Cordero. En cuento a nosotros, los aficionados, su concierto del 2002 fue especialmente significativo, pues rompió la sequía que por años arrastramos de buenos conciertos internacionales.

La muerte de un joven en 1994 en el recital de Aerosmith puso final a lo que yo defino como la primera Época de Oro de los chivos foráneos. A inicios de los 90 no creíamos en nadie, gracias a una seguidilla que incluyó a nombres como Sting, INXS, Depeche Mode, Bon Jovi, Information Society, Roxette y los ya mencionados Aerosmith. Los años de sequía llegaron y no fue sino hasta el 2002 que con los Peppers (y coincidentemente con la entrada de Evenpro al país) que volvimos a las rutas de las buenas giras. Por eso, en Heredia todos, absolutamente todos, brincamos a más no poder, haciendo trizas la gramilla florense y sacándonos aquel presón de buena música en vivo.

En cambio, anoche nos portamos mejor. No solo en los últimos tres años hemos tenido sobredosis de conciertos venidos de afuera (lo cual se agradece), sino que al tratarse del Estadio Nacional pareciera que sí caló eso de que hay que cuidarlo. Además, también hay que abonar que el repertorio 2011 de los Peppers no tiene tantos picos de emoción como sí lo era en el 2002.

Como era de esperarse, el cuarteto incluyó siete temas de su nuevo álbum I'm With You, que con apenas 15 días de haber sido lanzado aún está muy tierno como para haber sido asimilado (aún así, a mi lado había una chavala que se sabía todas las piezas nuevas, lo cual es de aplauso). Y la gente es lógico que baje revoluciones cuando escucha música que aún le es desconocida.

Sin embargo, quejarse del setlist sería de ingratos, y más si lo comparamos con lo que la banda tocó la víspera en Bogotá. En suelo tico los Peppers no solo tocaron dos temas más que en Colombia, sino que los éxitos fueron buenos y abundantes: coro de miles en Under the Bridge; sencillos salidos del compilado de éxitos como Can't Stop, Tell me Baby, Universally Speaking y Otherside, y las imperdibles como CalifornicationSoul to Squeeze.

Los tres puntos altos estuvieron en aquellas canciones que inyectan: Higher Ground (lo único de su etapa ochentera); By the Way y, desde luego, Give it Away, que marcó el cierre después de la sorpresiva interpretación de Sir Psycho Sexy y They're Red Hot.

Musicalmente, los Peppers son impecables, aunque admito que extrañé un poco más de potencia (¿volumen?) al bajo de Flea. Sin embargo, me sorprendió lo poco comunicativos que venían los músicos, con Anthony Kiedis limitándose a lo mínimo en sus intervenciones (solo se permitió una broma sobre nuestro estadio chino). Flea fue el más suelto y quien más habló pero nada en comparación a sus "discursos" del 2002.

Los Peppers dieron en el Estadio Nacional un concierto ejecutivo, tallado, mecánico y preciso, sin mucho espacio para la espontaneidad pero bastante ameno. Su público es multigeneracional y quizá por eso ya no hacemos tanto feo, pues nadie quiere asustar chiquitos con una voladera de patadas. Aún así, yo fui de los "rocos" que hicimos horrible cuando Sir Psycho Sexy entró a escena... esa sí que no me la esperaba.

Nota1: De aplaudir la aparición de Keep the Gap como telonero. El cuarteto local salió avante a pesar de que era desconocido para el 90% de la audiencia. Si le llamó la atención su música, búsquela entonces en Bandcamp, donde puede bajar su primer EP y escuchar su segundo disco, ya casi a la venta.

Nota2: El título de esta nota tiene poca relación con su contenido. Vino de una idea mal ejecutada de relacionar a los Peppers con la salsa Lizano que tanto le gusta a Flea en el pinto, al punto que ayer inventó el hashtag #pintopower.

Toda las fotos de Eddy Rojas. Tomadas del Facebook de Evenpro.

viernes, 9 de septiembre de 2011

PJ20: Al fin nos conocemos, Mr. Vedder


 "El que nosotros estuviéramos 20 años juntos quizá fue más fácil que el que algunos de ustedes estuvieran hoy aquí".

Palabras más, palabras menos, la cita de Eddie Vedder ilustró a la perfección lo que para nosotros significó estar de cuerpo presente en la fiesta de cumpleaños de Pearl Jam.

20 años... ¡Puta, 20 años! Esos son los que han pasado desde que aquella banda empezó su andar en Seattle. Nosotros no nos enteramos de inmediato, de hecho no fue sino hasta 1992 que aquello que llamaban grunge llegó a Curridabat. De eso ya han pasado dos décadas..

1992 y 1993 fueron los años en que muchos nos formamos, musicalmente hablando. Yo entré al cole en el 89 y si bien desde el inicio maticé al rock, mis primeros tanteos fueron con el heavy metal, especialmente en su extremo más liviano, con bandas como Poison, Mötley Crüe, Guns N' Roses y, en especial, Def Leppard como mi guía. Claro, esas fresadas no lo dejaban a uno muy bien parado ante la legión de machos, por lo que también grababa y decía que me gustaban varas más pesadas como Sodom, Sacred Reich o Sepultura.

Pero llegó el grunge (y de su mano la música alternativa) y todos nos pusimos de acuerdo: aquello era buenísimo y no importaba si uno era metalero, punk o fresa que todos por igual respetábamos a los de franelas.

La sobredosis de bandas de calidad fue brutal, más si tomamos en cuenta que no teníamos Facebook, Bandcamp o Soundcloud. El trasiego de casetes era casi inmoral: los más platudos de coles privados compraban originales (a ¢2.700) y el resto de limpios los grabábamos en un TDK (cromado, ojalá) y fotocopiábamos las portadas.


El casete que empezó todo...
Muchos grupos me volaron la cabeza en aquel entonces, pero solo de dos me hice su leal sirviente: Faith No More y Pearl Jam. A los primeros pude verlos, en vivo, en el 2009, siendo PJ el gran pendiente... hasta el pasado 3 de setiembre.

La vida me ha permitido ver muy buenos conciertos, tanto en el terruño como en otros lares, y me ha premiado con el privilegio de poder escribir sobre ellos. Por eso, cuando supe que Pearl Jam se estaba organizando su propia fiesta de 20 años supe de inmediato que DEBÍA estar ahí. Como cómplices de travesía tuve a mis compas de una vida, los scouts de Curri, todos igual o más fiebres que yo: Roberto Mort Sáenz; Jeffrey Negro Madrigal, Alfredo Güila Vargas, Róger Bicho Alvaro, mi hermano Fabián y Alex Bien Aimé, el único sin pasado scout pero que transpira rock y como amigo ya es uno más del grupo.

De Chicago partimos, ese sábado, en un bus cargado de fanáticos venidos de todas partes del mundo. Y es que Pearl Jam escogió para su fiesta un lugar bastante particular. El anfiteatro del Alpine Valley, en East Troy, Wisconsin, está a dos horas de camino de Chicago, justo en medio de la nada. Desde la ventana del bus aprecié un paisaje compuesto por una sucesión infinita de granero-tractor-vaca-sembradío-granero-tractor-vaca-sembradío... aquel patrón me recordó la casa de Pedro Picapiedra, siempre con los mismos muebles cada dos metros.

Un rótulo tipo autocinema rompió la monotonía visual. Camino de lastre, un potrero para cruzar a pie y, de repente, el suelo se abre para mostrar una gigantesca garganta que termina en un escenario desmesurado. Con razón el Alpine Valley (con capacidad para 37.000 personas acomodadas en sus laderas de césped natural) es uno de los venues predilectos de las grandes bandas estadounidenses.

Aquel sábado la lluvia se dejó venir cuando no habíamos aún ingresado al lugar. El aguacero fue brutal, al punto de que el único espacio techado, donde están las ventas de comidas y chucherías, se vio empaquetado desde el mediodía con no menos de 6.000 almas. Con la cerveza carísima (¡$13!) solo los irlandeses se emborracharon, dejándonos a todos los demás viendo el baldazo y "sudando como una cerda" (citando al Mort).

Aún así, la espera fue amena. El lenguaje de las camisetas se desata y es inevitable envidiar a maes que tienen chemas épícas (como el que andaba una de Mother Love Bone, maldito). Nos topamos a unos cuantos ticos y aunque difícilmente coincideremos de nuevo, eso no impidió que surgieran abrazos, saludos y apretones de mano como si nos conociéramos de toda una vida. Incluso me fui de pollo diciéndole a un chavalo que andaba la camisa de la Sele que "qué buena chema", para darme cuenta de inmediato por su cara de desconcierto que era un gringo vestido de souvenir.

Lo mejor de aquel rato fue entrar al Museo de Pearl Jam., exhibición de memorabilia especialmente diseñada para solo ser expuesta en el Celebration Weekend. La fila de una hora valió la pena, pues todos ahí pertenecíamos a esa particular raza que se emociona al ver el bajo reventado de Ament, los cuadernos llenos de canciones de Eddie y las tablas de surf personalizadas que Australia le regaló a la banda. Esa raza que se emociona cuando ve nombres como Green River, Temple of the Dog, Citizen Dick y Lollapalooza... esa raza que quiere llorar cuando le dicen que se puede tomar una foto delante del fondo original que acompañó a la banda en la portada del Ten.

Cuando finalmente la lluvia amainó (un poquito), de la programación del escenario secundario ya quedaba poco. Tuvimos solo chance de ver un par de canciones de Liam Finn (hijo del maravilloso Neil Finn, de Crowded House), y del ganador del Oscar, Glen Hansard. Ambos artistas están bien apadrinados por Eddie Vedder, quien incluso tuvo a Hansard como telonero de su gira solista.

La atención ya se tornaba hacia el faraónico escenario principal, donde actuarían las cuatro bandas estelares. Envueltos en nuestros ponchos nos fuimos a llevar más agua a aquellas laderas, a la espera de Mudhoney, Queens of the Stone Age y, desde luego, Pearl Jam (perdón, pero The Strokes, para mis efectos, no cuenta).

Mudhoney es de esos actos que solo en vivo se entienden. La banda por escencia de Seattle, estuvo ahí antes que todos y fue la única que no se adaptó a la danza de las grandes disqueras, aunque eso le impidiera alcanzar el éxito que realmente se merecía. Mark Arm y Steve Turner son pilares de la historia del grunge y siempre han hecho las cosas a como les da la gana. Esa noche fueron la banda más estridente, la más incorrecta, la más pesada, la más inyourface... escuchar en vivo, por ejemplo, Touch Me... I'm Sick es de esos placeres que uno se llevará a la tumba.

Sigue lloviendo. Son las 7:30 p. m. y el sol aún no se acuesta cuando QOTSA aparece para sus 45 minutos. Josh Homme es un titán, y no solo por su destacada estatura. Los Queens le entran a un repertorio equilibrado, del que Little Sister y No One Knows son las más celebradas.



Sigue lloviendo. A esas alturas estoy bastante molido y me hago un capullo en el poncho, aprovechando el segmento de The Strokes para descansar. Sí, ya sé, muchos lo consideran uno de los mejores grupos de la última década pero a mí nunca me hizo mucha gracia. Así que mientras Julian Casablancas recibe la energía de miles de gargantas, yo trato de desconectarme... hasta que una voz demasiado conocida inundó el anfiteatro.

La gente está como loca y sin haber terminado de levantarme entiendo la conmoción: Eddie Vedder está en escena. El hombre de la noche no se aguantó las ganas y salió en medio acto de los Strokes para hacerle la segunda voz a Casablancas en Juicebox. Cual groupie desatada, la piel se me puso de gallina: escuchar en vivo a Vedder es un objetivo trazado tantas lunas atrás que rayaba en la utopía.

Pearl Jam tomó finalmente la noche y, oh coincidencia, la lluvia al fin nos abandonó. Release fue su apertura, casi mística, y la histeria ya estaba desatada. Ahí estaban los cinco culpables de mi educación musical, juntos, después de 20 años... ¡20 putos años!

En ese momento no lo sabíamos pero el setlist de Pearl Jam se dividía en dos actos, uno para cada noche del Celebration Weekend. Por eso, muchos de los éxitos se quedaron para el domingo y quienes solo los vimos el sábado recibimos un repertorio de legítimas joyitas: covers y piezas olvidadas tuvieron tanta o más importancia que los hits. Además, vale mierda: en noviembre PJ viene a Costa Rica.

Así, por ejemplo, del Ten no hubo sencillos pero cómo quejarse si nos brindaron versiones inyectadísimas de Once y Porch. Para mis efectos, el repertorio fue grandioso: Got Some (mi pieza predilecta del Backspacer); Do the Evolution; Rearviewmirror (dedicada a mi amigo Jeffry Sotis Madrigal); Better Man cantada por un coro de miles. Antes del chivo Alfredo y yo debatíamos que, por ejemplo, si tocaban Breath, entonces State of Love and Trust se quedaría por fuera. Alfredo le iba a Breath y no pudo ocultar su satisfacción cuando sonaron sus primeros acordes, mientras que yo me resignaba a perderme el oír en vivo State, la primera pieza que me aprendí de PJ... pero no, también hubo State of Love and Trust, con el plus de contar con Dhani Harrison (sí, el hijo de George) como guitarrista invitado.

De hecho, los invitados fueron un aspecto único de aquel concierto. Casablancas acompañó a Eddie para cantar Not for You; Homme hizo lo propio con In the Moonlight (tema que creo nadie esperaba); Liam Finn y Glen Hansard fueron parte del molote en Who You Are y Finn volvió para acompañar a Vedder en Education (otra sorpresa).

Sin embargo, ya todo el mundo sabe a estas alturas que el mayor y mejor invitado del fin de semana fue Chris Cornell. Todos, absolutamente todos los que estábamos ahí especulamos desde meses atrás sobre la posibilidad de que Cornell se sumara a la fiesta de sus amigos, más con su cuate de Soundgarden, Matt Cameron, en la batería. Y cuando uno suma Pearl Jam y Cornell, el resultado es sobrecogedor.




Esa noche vimos historia, al presenciar una de las poquísimas reuniones de Temple of the Dog. El espigado Cornell tomó el micrófono y Eddie le cedió el protagonismo. Otro momento histórico: Pearl Jam y Cornell interpretando juntos Stardog Champion, uno de los temas insignia de Mother Love Bone, el grupo semilla de PJ y cuyo cantante, Andrew Wood, partió cuando el grunge apenas iba despegando.

Temple of the Dog nació como un tributo a Wood y así lo recordó Cornell al presentar Say Hello 2 Heaven. Eddie volvió para hacerle coros y la colisión era inminente: Hunger Strike... nada me preparó para escuchar en vivo aquel himno de los 90, que con los dedos de la mano alcanza para contar cuántas veces ha sonado en directo.

En cuanto a los covers, cómo quejarse cuando hay material de Joe Strummer, The Who (Fabián casi se orina) y un cierro apocalíptico, con Pearl Jam y Mudhoney fusionados, arreándole a Kick Out the Jams, de MC5.

No fue un concierto normal... para nada. Fue una fiesta hecha a la medida del cumpleañero. 20 años... ¡20 putos años!

Y agárrense, que el 20 de noviembre está a la vuelta de la esquina de La Sabana.


Todas las fotos y videos por Víctor Fernández. Pueden ver más videos en mi canal de Youtube MrVictorFG